Cierto, la mercadotécnica juega un papel muy importante pues es tan cerrada la competencia entre las marcas que el primer golpe es doblemente efectivo, si el producto logra colocarse como una opción más que válida frente a su bien entrenada rivalidad.
Lo triste de estos casos es que muchas veces los desarrollos y etapas de pruebas ocurren de manera muy acelerada, a veces sin tener el tiempo necesario para observar la gran mayoría de las condiciones y variables posibles. Tanto que no es factible, por lo menos estadísticamente, saber si una nueva tecnología o material tendrá éxito en el mercado en el mediano y largo plazo.
Hoy, General Motors y Nissan enfrentan problemas de fallas en equipos que supuestamente habían superado ya los exámenes de evaluación encomendados a sus departamentos de ingeniería y proveedores de primera línea. Incluso algunos de esos equipos y sistemas provienen de otros ya comprobados bajo la lenta pero efectiva perspectiva del tiempo.
Sin embargo, el furor o la codicia por ganar porcentajes del mercado regional y mundial, orilla a los ingenieros, pese su esfuerzo y empeño, a tener que decir que sí o dar el visto bueno a mecanismos y sistemas con apenas el mínimo suficiente para decir que han sido probados con seriedad.
Así, los llamados recalls resultan una verdad a medias porque si algo se aprende de este entorno de tanto glamour escénico y millonarias cantidades usadas en promoción y posicionamiento de producto, es que los fierros no tienen palabra. Y no importa si las simulaciones, las pruebas previas o la estadística acumulada digan que el producto cumple los requisitos establecidos; siempre existe el factor suerte o falta de tiempo en durabilidad para confirmar o refinar los nuevos mecanismos o sistemas que dispondrán nuestros coches mañana.
Lo malo: el consumidor es quien termina pagando esas innovaciones apresuradas gracias a las estrategias de promoción.