El Salón de Ginebra de este año nos vuelve a confirmar una vieja sentencia de la industria del automóvil: es demasiado grande para fallar. Y el entusiasmo apreciado en los pasillos del espectáculo helvético disuelve por entero la amargura de la experiencia vivida hace unos 7 años, cuando el colapso financiero del mercado más grande del mundo no sólo afectaba su propia ecosistema, sino que puso en la barandilla a gigantes como General Motors, que se aferró al capítulo once de quiebras de su gobierno federal. Pues si bien todas las marcas y los especialistas demostraban nuevos arrestos en ofrecer modelos deportivos sin olvidarse de las premisas ecologistas, la verdad es que el mercado europeo todavía sigue deprimido.
¿La razón? La reactivación de su economía todavía no se concreta por las típicas desavenencias de los gobiernos europeos. A ello se suma una demanda deprimidad en virtud de que los empleos son menos, existen mucha mano de obra joven sin contratar; en general, un estancamiento, casi una estanflación como la advertida en el Japón de las últimas décadas.
Y los mercados alternos -los emergentes están en el borde de una recesión generalizada- siguen consumiendo, a pasos mínimos. Pero hay demanda.
Sin duda, este Salón fue vivificante pero no tan realista como nos hubiera gustado. Porque pese el optimismo derrochado en las presentaciones, todavía faltan elementos para que la industria de industrias vuelva a tomar su paso vivo, por lo menos próximo al ocurrido antes de la caída por los bonos tóxicos inmobiliarios de hace siete años.
Pese a todo, el ambiente del Salón calificó de prometedor, con elevadas esperanzas de las marcas, aunque ello sea en el mediano plazo.