Como los inmersos en las intrincadas redes administrativos y cotos de poder existentes en cualquier corporativo trasnacional saben, la voluntad de la actual CEO del gigante estadounidense, Mary Barra, resulta encomiable a ojos de la opinión pública pero muy dudosa en cuanto los propósitos y metas de sus principios internos así como de los gerentes que piensan en la supervivencia del autoconstructor más grande de Norteamérica.
En el fondo, Barra actúa contra varios años de negligencia y descuido, donde no sólo los anteriores directivos apelaban a las estadísticas y evasivas mediáticas para protegerse de demandas y reparaciones que hubiesen mermados los anhelados beneficios tan exigidos por la junta de inversionistas y demás socios interesados en la rentabilidad de la compañía.
Sin duda, la presión de la plana mayor o directorio pesó más que la moral de lo correcto y lo bien hecho, por lo que la respuesta de Barra en verdad despierta la curiosidad y el respeto.
Sin embargo, habría que ver si esta honestidad brutal no dejará herida de muerte a la poderosa General Motors. Si bien los clientes son primero, el daño de imagen y la baja expectativa de seguridad generada entre los más fieles puede convertirse en una especie de cáncer temible, no por su incurabilidad, sino porque el riesgo de que contamine a todo el corporativo allende las fronteras de Estados Unidos y provoque la huida de clientes y proveedores de todo el mundo en el mediano plazo.
Quizá Barra reacciona correctamente en lo moral tal cual lo debe hacer un CEO de estos tiempos. Pero el hecho de ser tan abierto con todos los detalles implica que puede provocar una terrible sangría a un enfermo que apenas se repone de la debacle económica de hace seis años.
Pero alguien tiene que pagar los platos rotos y en esta ocasión parece que le toca a la valiente Mary cubrir el costo no sólo económico, sino social y mediático de una empresa a la cual siempre se le dijo que era muy grande para fallar. Es posible que estemos en la antesala de por lo menos una seria restricción al volumen de negocios de General Motors, siendo el peor escenario la desaparición de esta inmensa compañía. Pero también es la oportunidad de apreciar un milagro económico originado tras la penitencia por sus pecados de soberbia que padece hoy el conglomerado norteamericano.