Sin embargo, fue dirigida en la mayoría de las veces por gente con visión de largo plazo, amante del oficio editorial y conocedora del proceso pausado que consolida paso a paso una reputación tanto de opinión como de postura frente a las presiones de los mercados publicitarios.
Pese todo ese bagaje de personajes e historias, esta gran editorial ha caído en manos de un dictador que al parecer busca destruirla antes que rescatarla con dignidad.
Formado en los ambientes burócratas del gobierno federal, desconoce por completo el cómo-hacer de esta industria de impresos, por lo cual recurre a sus "conocimientos" gerenciales impulsivos y arbitrarios para lograr un beneficio propio antes que en nombre de la empresa y de su verdadera función como director general.
Sabe muy bien que para lograr esos pequeños extras pecuinarios hay que mantener una maquinaria de gastos continuos, aunque sean superfluos e injustificados. Todo en apariencia de renovación cuando en realidad son sus bolsillos y seguidores los beneficiados, no el proyecto editorial.
Su despotismo ha despojado de talento formado en años y décadas en algunos casos, para dar "oportunidad" a gente que desconoce el oficio editorial. Personal que si bien posee talento, no resulta provechoso para relanzar a esta gigante de la comunicación en papel.
Han sido varios los caídos y las revistas, otrora referencias de calidad editorial e impresa, que sufren los arrebatos de un tirano que ofende no sólo con sus acciones la labor divulgativa y recreativa de una empresa que era reconocida por la calidad y nivel de sus talentos.
Dados los tiempos vividos y la ausencia de un verdadero plan de mejora o salvamento, parecería que el último director de esta gran editorial será también el verdugo de un gigante que logró sobrevivir tantos vaivenes del tiempo y la tecnología. Una pena tan grande que hace pensar que el verdadero cáncer de esta empresa fue inoculado por su propio jefe mayor. Como bien dijo un colega de una marca de coches: que caro es a veces pagar un favor.