En cualquier caso, la nueva norma resulta congruente con lo que algunos medios tanto especializados como de opinión aclaraban como un punto muy cierto: que la verdadera medida para abatir la contaminación vehicular no era la edad de los mismos, sino su capacidad para emitir menos polución. En este sentido, queda clara la apertura y apoyo -todavía simbólico- a los autos híbridos y eléctricos.
Ello abría las puertas a aquellos ciudadanos conscientes y responsables que cuidaran y mantuvieran en forma óptima sus automóviles. Y que la tecnología de algunos, como los llamados Premium, no podía supeditarse sólo a su acumulación de años. El gobierno estaba obligado a establecer parámetros o exigencias más congruentes con la realidad tecnológica de estos días.
Con esta nueva norma, la oportunidad de calificar para la calcomanía cero está abierto a todos, con el terrible riesgo, como toda propuesta nueva, de que surjan huecos legales aprovechados por los astutos y cínicos que darán a cambio las deseadas estampas por un rápido intercambio de dinero.
Ese es un punto gris a resolver, que quizá sea menos si las autoridades definen reglas bien claras y un monitoreo preciso y total sobre los concesionarios de los llamados verificentros.
Cierto es, que la duda queda en el aire y habrá oportunistas que no pierdan el chance para salirse con la suya, afectando al medio ambiente y también a su comunidad.
No obstante, el clamor de una medida necesaria pero justa -pese su imposición fiscal- hace que esta nueva verificación resulte aplaudida por un automovilista que necesita el vehículo para cumplir su función tanto laboral como social.
Porque si bien no todos aman al automóvil, muchos sí lo requieren para ser productivos y plenos.