Basta ver que las cifras no ayudan a la petrolera mexicana. El último reajuste busca balancear su terrible deficit productivo, que aunado a la severa caída del precio del bituminoso así como enormes pasivos sin olvidarse de las deudas todavía pendientes con sus proveedores, inducen a creer que estamos ante lo inminente, ya cantado por especialistas en su tiempo: Pemex está técnicamente quebrado.
Quizá el movimiento anticipado del gobierno federal busca relanzar la mala imagen que la deficiente rentabilidad reporta Pemex. El problema es que persisten los viejos privilegios no sólo exacerbados por los sindicalizados, sino también por la "ordeña" de recursos que practica la secretaria responsable de las finanzas nacionales.
Lo más triste de todo es que será muy probable que en el mediano plazo, Pemex deje de pertenecer a los mexicanos. Y muy posiblemente, los servicios de venta y comercialización al público corran por cuenta de diversas agrupaciones privadas.
Ciertamente, al interior ya se sabía algo de este profundo cambio de reglas. Porque de que otra manera se explica la proliferación de tantas franquicias Pemex en los años recientes, lo que sumado a la casi inmediata inversión de empresas privadas y una maniobra casi planchada del gobierno federal pra la liberalización comercial de los combustibles de consumo público confirman sin palabras, con acciones discretas, que Pemex pasará a ser un fragmento de la vieja historia para nuestros nietos.