En principio, el tractocamión a volcarse no estaba al 100% de sus posibilidades mecánicas; iba sobrecargado, lo que condiciona seriamente su margen de seguridad, un tema muy come. Segundo, la barrera central consta de dovelas aseguradas débilmente, por lo que se convierten en peligrosos objetos de impacto en caso de perder su lugar en la división central.
Tercero, la respuesta de las autoridades fue lenta e imprecisa. Sólo las redes sociales liberaron parte de la información pero nunca definieron la gravedad del accidente. Tampoco hubo opciones o salidas que ayudaran a evitar el entuerto, para que algunos ahorraran tiempo y reducir la presión en la vía afectada.
Respecto a los privados, es verdaderamente lamentable que en vez de cerrar las casetas en virtud de la gravedad del accidente, los operarios dejaron entrar a los vehículos sin mayor interés que el lucro pese la evidente imposibilidad de recorrer el tramo del siniestro. Ello demuestra que tampoco los empresarios o sus gerentes son conscientes de la merma de tiempo útil de muchas personas, que requieren las vías para acceder a lugares distantes o reducir tiempos laborales. Tampoco había una alerta por parte del concesionario o parecido, lo que define una codicia propia de empresarios interesados sólo en la utilidad o beneficio económico.
Con este accidente, vivido muy cerca, queda claro que a nuestro país no sólo le hacen falta mejor infraestructura carretera, sino una urgente formación en cultura vial. Que alcance a todos los que se involucran de un modo u otro con las llamadas arterias vitales del país.
Cabría esperar que las alertas y opciones fuesen la respuesta mínima por parte tanto de las autoridades como de los privados. Pero la desidia, la falta de un código de reacción así como el afán de lucro nos comprueba que seguimos en manos de una élite tanto oficial como privada que se desentiende de las emergencias que no sólo afectan a unos sino a miles, cuya labor cuesta miles de horas de trabajo.
Sin duda alguna, vivimos en el pasado automovilístico de nuestros abuelos cuando un accidente no sólo alteraba la existencia de los involucrados sino que se volvía un tema para charlas durante meses. En esos tiempos era comprensible dada la tranquilidad y escasa motorización. Hoy, las demandas y exigencias piden respuestas rápidas, concretas y eficientes para ahorrar el más valioso de los bienes: tiempo.