¿Por qué en este 2014, cuando nuestro mercado interno está tan deprimido, surgen tantos anuncios y confirmaciones de fuertes inversiones en nuestro país? No sólo el arribo de Hyundai, que contará con una planta para autos Kia en Nuevo León -Kia es subsidaria de Hyundai-, el acuerdo entre Nissan y Daimler para aprovechar el potencial de la planta hidrocálida en la confección de autos de lujo -Infiniti y Mercedes Benz-, o la futura planta de BMW en San Luis Potosí provocan que nos consideremos más que afortunados, suertudos con tanta inyección de capital productivo.
Honestamente, no es porque seamos buenos anfitriones o el clima es favorable para los negocios. Si atendemos a sus previsiones y estimaciones, las empresas del ramo automovilístico suelen trabajar con proyecciones más allá de los 10 años. Seguramente han estudiado todas las posibilidades y tienen fe en que nuestros vecinos del norte vuelvan a despegar como locomotora mundial del consumo.
Por un lado, esta suerte de hallarnos tan cerca de los Estados Unidos beneficia a uno de los sectores que más dinamismo presume en tierra azteca. Sin embargo, parte importante sino determinante de la ecuación son los bajos salarios de nuestros operarios pese su excelencia manufacturera. Sí, algunos alegan que son de los más altos del país, lo que tristemente confirma que el resto de los empleados fuera de las industrias pujantes observan ingresos muy disminuidos.
Esta insólita ola no sólo debe llenar los titulares de medios financieros o ser escaparate para gobernantes oportunistas. Puede aprovecharse para realizar una revisión de las condiciones en que laboran muchos compatriotas no sólo en las grandes ensambladoras, sino en toda la cadena productiva que suelen asociarse al funcionamiento de una planta armadora.
Es oportunidad para que los desfases en derechos laborales y dilemas de justicia social tengan escucha tanto por parte de las autoridades como de los ejecutivos que promueven nuestro México como un serio destino de producción para atender un mercado de gran calado y mayor peso económico que hoy por hoy todavía supera a otras regiones desarrolladas del mundo.
Así, bienvenida la inversión pero debe acompañarse de una real mejora en las condiciones laborales no sólo de sus empleados directos, sino de toda la región donde impactan económica y socialmente las nuevas plantas de la industria del automóvil en México.
Honestamente, no es porque seamos buenos anfitriones o el clima es favorable para los negocios. Si atendemos a sus previsiones y estimaciones, las empresas del ramo automovilístico suelen trabajar con proyecciones más allá de los 10 años. Seguramente han estudiado todas las posibilidades y tienen fe en que nuestros vecinos del norte vuelvan a despegar como locomotora mundial del consumo.
Por un lado, esta suerte de hallarnos tan cerca de los Estados Unidos beneficia a uno de los sectores que más dinamismo presume en tierra azteca. Sin embargo, parte importante sino determinante de la ecuación son los bajos salarios de nuestros operarios pese su excelencia manufacturera. Sí, algunos alegan que son de los más altos del país, lo que tristemente confirma que el resto de los empleados fuera de las industrias pujantes observan ingresos muy disminuidos.
Esta insólita ola no sólo debe llenar los titulares de medios financieros o ser escaparate para gobernantes oportunistas. Puede aprovecharse para realizar una revisión de las condiciones en que laboran muchos compatriotas no sólo en las grandes ensambladoras, sino en toda la cadena productiva que suelen asociarse al funcionamiento de una planta armadora.
Es oportunidad para que los desfases en derechos laborales y dilemas de justicia social tengan escucha tanto por parte de las autoridades como de los ejecutivos que promueven nuestro México como un serio destino de producción para atender un mercado de gran calado y mayor peso económico que hoy por hoy todavía supera a otras regiones desarrolladas del mundo.
Así, bienvenida la inversión pero debe acompañarse de una real mejora en las condiciones laborales no sólo de sus empleados directos, sino de toda la región donde impactan económica y socialmente las nuevas plantas de la industria del automóvil en México.