Todavía recuerdo cuando la asistencia a un Salón despertaba ensoñaciones en los periodistas más entusiastas e incertidumbre curiosa en los ingenieros para ver qué nuevo desarrollo o técnica habían creado sus contrapartes de la competencia.
Pero la inmediatez y contundencia del internet y la virulencia de las redes sociales ha robado en buena medida ese brillo de espectacularidad de los Salones de antaño.
Sí, siempre surgen novedades y algunas ofertas lucen más interesantes en vivo que mediante una imagen digital. Y también esa convivencia con los participantes de todos los niveles del mundo del automóvil ratifican la sensación de pertenecer a un elite dedicada a crear y promover uno de los inventos más impactantes en la sociedad humana.
Pero así como tuvo su momento, los tiempos y exigencias demandan otro tipo de soluciones de cara a un mundo que padecerá escasez energética y que el daño ambiental puede alterar seriamente nuestra existencia en este planeta como lo conocemos.
Pese a ello, la nostalgia sobrevive incluso en los modelos más avanzados, pues todavía requieren de un humano o persona para ser dirigidos. No muy tarde llegará el dominio de los vehículos autónomos, esos primeros robots que nos facilitarán la vida al ganar tiempo en los traslados necesarios para sostener nuestro actual frenesí laboral y personal.
Por ello, conviene gozar estos momentos dorados, porque el día de mañana, todo será historia y el automóvil engrosará la lista de los electrodomésticos indispensables y dejará de ser aquel miembro de la familia que demanda espacio y tiempo, pero que otorga servicio y hasta cierta protección. Eso ya no ocurrirá.